NARRACIONES

LOS  ZUMBIDOS DE LAS CHIRIRINKAS  

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Conviene que todos parezcamos delante el tribunal de Crispto para que cada uno dé cuenta del bien o el mal que ha hecho. (San Pablo, a los romanos)

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         La mar tenebrosa volvía a ser conocida cuando dio a su escasa tripulación la orden de dirigir proa hacia occidente. De los trece que habían cruzado aquella raya sólo once quedaban para compartir el regreso, ya que Boca Negra había preferido ocultarse en la costa de Colaque, enamorado de la región y de su gente; él quiere suponer de que en Panamá los espera una multitud, arrepentida de haber descreído de aquella aventura, esa descabellada aventura que comenzaba a evidenciar tan increíble resultado ya que sí, ahora sí, abriga la certeza de que tras las costas del sur-sudoeste se oculta una nación poderosa de la que había dado las primeras certidumbres, aquella diestra veintena de naturales al comando de una embarcación mercantil oceánica , de madera balsa y velas de algodón, con la que se había topado Bartolomé Ruiz y que, según contaba, cargaba con muchas mantas de lana y de aljabas   y muchas otras ropas, todas labradas y de bellos y vivos colores. Aquellos indios habían accedido a compartir su almuerzo, ofreciéndole como desinteresado regalo - había contado Bartolo - alhajuelas de plata y de oro, a la vez que lo anoticiaban sobre las grandezas de un tal Wayna Kápaj, Señor de  Señores y sobre una legendaria metrópoli a la que nombraban con sacralidad, “El Cusco".

         Pizarro tiende su mirada para adivinar el mar en aquella oscuridad, la Gran Agua de Balboa, que llega en saladas salpicaduras hasta su rostro, ajado por su ya pasada cincuentena  pero, más, por los meses de profundas penurias en los que había tenido que simular optimismo, buscando alimento para los endebles, suministrándoselos de su propia mano, levantando barracas para defenderlos de la intemperie, insuflándoles aliento cuando cruzaban la equinoccial, la tierra quemada, poniéndoles siempre por delante la esperanza de futuros riquezas. O como delante de aquel otro de los trece que no había hecho más cosa durante meses- como confirmando el maldiciente, memorial enviado a Panamá- que "hambrearse, enfermarse, hincharse y morir”, justo ahora, que retorna con buenas noticias.

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         El socorro acercado por Almagro no había sido tan grande como esperaba y como merecían. Los hombres reclutados no alcanzaban a sumar una cantidad que le permitiera ocupar ya Tumbez por la fuerza. El nuevo gobernador, De los Ríos, indignado por la muerte de tantos castellanos, ofuscado por lo que creía su obstinación y apremiado por aquel memorial subversivo llegado hasta él oculto en un ovillo de lana, había amenazado con abandonarlo a su mal destino. ¡En un ovillo de lana! Si a la mujer del gobernador no se le ocurría descubrirlo, aquellas rimas delatoras hubieran desaparecido por los siglos de los siglos! Además había recibido su perentorio emplazamiento de no enviar noticias al exterior sobre lo que estaba sucediendo .Luego , De los Ríos, tal vez en parte convencido por los argumentos de Almagro o quizá para poder someterlo más rápido, había consentido el socorro de aquel navichuelo, poco más que un batel ,con el que habían tenido que recorrer aquellas 200 leguas retornando, teniendo ya a Dios de su parte, con el descubrimiento incontestable de un país al sud-sudeste del que deducía abarcaba millones de millas cuadradas y poblado con   gentes tan nobles e ingenuas como aquella primera veintena o como  aquel otro que se había preocupado por retornarles un jarro de plata extraviados en un vuelco de balsa. Cabal sentido de la propiedad, pueril bondad que sin duda estaría disfrutando Bocanegra, aquel desertor y perdulario, sobre quien sus diligencias por retenerlo habían sido infructuosas. Pero, ah, sí, de todos los acercamientos mantenidos hasta el momento con los naturales, ninguno había sido tan ceremonioso, tan de corte europea, tan gratamente admirable como el tenido con aquella mujer, "La Capillana" digna o más que las de Extremadura o Trujillo y de la que ya había sido mimado huésped Alonso de Molina, mientras ellos, necesitados de anoticiarse sobre el portentoso país, habían seguido costeando hasta Tumbez, aquel primer pueblo con casas de fina cantería, vanguardia de una ignota nación con evidentes muestras de exquisita cultura. Alonso había permanecido en tierras de la matriarca; ella se había mostrado interesada en parlamentar con los extraños y había agasajado a Molina de un modo que él, no terminaba de elogiar ; tenía cortesía y temple esa mujer ... ¿Quién en la corte, qué castellano cualquiera, podría imaginar que estaba tratando con gentes tan distintas a las de Urabá o Darién, más, tras las noticias derramadas por aquel cronista italiano sobre los pueblos de la equinoccial - escenarios de extraños prodigios- describiéndolos como “sumamente agoreros, ejecutores de todos los encantamientos con los que engañaban a las gentes dándoles a entender ser verdadero lo que era falso” o aquellos otros pueblos del lado oriental de los Andes  acostumbrados - según decía ese cronista - a usar como mujeres a grandes monas de la zona. Ah, pero estos apartados de la fe con los que a él le tocaría tratar, no; si sólo por ganarles en confianza La Capillana había enviado una embajada anunciando que subiría sola a cubierta a parlamentar con el Capitán. Él había correspondido  su atención ordenando a su tesorero, Nicolás de la Rivera, y a Alcón, Pedro Alcón, salir a recibirla. ¡El energúmeno de Pedro! Ahora yacía engrillado debajo de sus pies atacado de locura o endemoniado. Recordaba que Bartolomé Ruiz le había confiado después del incidente que hacía tiempo que Alcón había perdido su sombra. Y así debía ser, cuando le ordenó  recibir a la matriarca y había salido pavoneándose dentro de su jubón de terciopelo y sus calzas negras y la espada y la daga a los dos lados. Tal vez fuese por su infernal posesión o porque la jefa lo transformara con su hidalguía, que el muy obtuso - justo cuando él los requería sobre la sujeción debida al rey Carlos V, señalando el verdadero Dios y no el tal Wayna Kapaj- había comenzado a echarle miraditas de pueril admiración. Digna y discreta la actitud de La Capillana quien había tomado la bandera de Castilla sin prometer nada, mientras ignoraba las miradas del íncubo venido a mozuelo, quien tanto desacreditaba el momento de conversión, más, cuando al negársele permiso para quedar en tierra, pareció perder del todo el buen juicio y comenzó a dar gritos, a echársenos encima buscando herirnos con una espada rota, a blasfemar, llamándonos ¡a nosotros! "bellacos usurpadores". Piadoso había sido sólo engrillar.Para excusar tal desequilibrio y tornarlo a cubierta tuvimos que arrearlo hasta la bodeguilla - venida a caponera- y allí debajo ,encadenarlo para que no infectara y donde la soledad y el hambre curarán sus desvaríos o espantarán sus demonios.

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         Pero, ya todo aquello debía pasar al olvido, oh, si él sabía echar al olvido los momentos abominables de su vida, aquellos en los que se sentía burlado o escarnecido y que habían sido tantos, como los de aquella cruz de haber sido abandonado por su madre, en las puertas de un convento y de haber sido criado con leche de puerca- según se había enterado - por los desprevenidos monjes. Toda Extremadura conocía la nefasta historia ; él sentía que la murmuraban a su nuca y a su paso por las estrechas calles cuando, ya mancebo, cuidaba puercos en el corral de su padre, el Capitán Gonzalo Pizarro, distinguido en las guerras de Italia, que había accedido quién sabe por qué arranque de conmiseración a cobijarlo en su casa junto a los legítimos; se había criado esquivo y prefería el corral a corretear por los caminos con los muchachos de su edad; al mediodía-recordaba- ellos buscaban cobijo en la mesa tendida, en el pan leudado de madrugada, en el trajín de una casa donde una madre ofrecía seguridad y calor. El sabía olvidar, blanquear su mente de la tristeza; había nacido para sobrevivir a pesar de todo y signado - ahora tiene cabal certeza - para una gran hazaña; ésa, que la vida comienza a develarle y por lo que supo optar; aceptando la oferta de Espinosa para esta  empresa. Si no hubiera sido un elegido ¿cómo se explica esa fuerza desconocida que lo  había hecho persistir luego en aquella aparente locura, en la misma decisión en la que Andagoya y Basuto habían fracasado? Ahora le falta poco, otra ayuda de Panamá y la conquista, para ser admirados por aquellos maledicentes. ¿Por qué no? ¿No lo había conseguido Hernán Cortés, natural de Medellín, aquel contrahecho encomendero de la isla? ¿Es que los mal nacidos estaban destinados a esta empresa del Nuevo Mundo? Porque del tal Cortés también decían que sufría de enanismo porque era hijo de un sifilítico crónico…

    ¿Y si en vez de pedir el suministro a De los Ríos viajaba a Toledo a reclamar personalmente el favor del rey Carlos V.? Estaba bendecido por Dios este rey, realmente bendecido en su tarea de comenzar un imperio universal cristiano. Había vencido a los franceses en Pavía, saqueado Roma con Andrea Doria a su servicio y aquel nuevo mundo, inagotable en naturaleza pródiga,  que Dios les permitía descubrir ahora, cuando  la Europa comenzaba a retacearles espacio y abundancia; regiones habitadas por gentes ignorantes de los tesoros que tenían frente a sí, malgastando los metales preciosos que su suelo les ofrecía, ah, sin dudas estos naturales podrían vivir en cualquier lugar de la tierra…

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      El continente se defiende de su abordaje.- piensa oteando el agua -sólo había ofrecido en estas costas del sudeste una tierra cruel, torturante, de aspecto desierto y estéril, con sierras, peñas y una atmósfera tan húmeda que las ropas se les habían podrido encima; habían tenido que cargar la armadura al atravesar aquellos pantanos con nubes de insectos y los penetrantes zumbidos de las chiririnkas, aquellos moscardones que tanto los acosaban cuando en un alto, se apuraban a devorar la siempre escasa ración de maíz y crustáceos. No en vano habían bautizado "La Gorgona" a la isla en la que habían recibido los socorros de su socio. Ahora solo dos noches con proa hacia occidente para llegar, justo el día del vencimiento fijado por De los Ríos, para poder enrostrarle que aquella tierra lacerante amuralla ciudades resplandecientes que, como Temistitlán, harán sacudir el orgullo de Córdoba o Sevilla y por gracia divina con ciudadanos tan  leales y francos que animan a la conquista, como estos dos cautivos tumbecinos que llevan de trofeo a Panamá y a los que Riviera ya apadrinó: Martín y Felipillo. Ah, maldición, si en vez de trece lo hubieran acompañado aquellos ochenta perdularios que se habían vuelto con Tafur a Panamá: Tumbez ya sería de Castilla.

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     El cielo parece no existir esta noche, confundido con la monumental masa de agua que sube meciéndolo voluptuosa, rítmicamente, por debajo,  de este batel enclenque. Gira sobre sí para buscar cobijo.  Una sonrisa placentera se dibuja en su rostro macilento al imaginar las palabras que orlarán los esquivos blasones de los Pizarros, más su media sonrisa dura apenas instantes, porque al trasponer la cabina lo reciben aquellos gritos del extraviado, "bellacos… usurpadores"… emergiendo de la atmósfera fétida de la caponera, gritos que deberá aguantar durante estos dos últimos días como los insoportables zumbidos de las moscas anunciadoras de muerte, según estos pueblos sin fe.      El cielo no existe esta noche pero lo delatan desordenados relámpagos que zigzaguean la oscuridad con reverberos violáceos,  preanunciando tal vez los mortíferos truenos que  hará estallar, ya no lo duda,   en estas benditas tierras del Meridión. Y espantando de su rostro una chiririnka, abandona con paso decidido, la cubierta.

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Silvia Florentino (Argentina)